Casi todo el mundo que viaja a países diferentes vuelve con la horrible
frase de "es un país de contrastes". Supongo que es por que ves gente de
otra raza viviendo en la pobreza, sonriente, y a la vuelta de la
esquina te encuentras un Zara. Esto ha llegado a un punto que ya casi no
nos impresiona, bien porque la mayoría de las ciudades de contrastes han dejado de serlo, o porque la nuestra a pasado a ser una de ellas.
Pero
Etiopía no es así. Cero contrastes, a excepción de algunos agujeritos
negros en la capital Addis Ababa, transportados piedra a piedra desde
EEUU. Allí todo es auténtico y lo seguirá siendo, mientras el turismo y el capitalismo continúe
llegando en el transporte típico etíope, el burro.
Ojalá estas fotos fueran como esos libros infantiles que rascas con la uña una fresa, y olía a algo parecido a una fresa. El barro que impregna las mujeres Hamer, las especias de los mercados, el ganado, el café. Pero las fotos solo se pueden ver y en algunos casos sentir, suponiendo que sean buenas, y solo podrán olerse cerrando los ojos y recordando, si en alguna ocasión, uno ha tenido la suerte de pasar por allí.